MAE SOT (En la frontera birmano-tailandesa). U Pyin Nyiar y U Kaw Tha La son dos monjes budistas que participaron en las manifestaciones de la semana pasada contra la Junta militar de Myanmar (nombre oficial de Birmania). Al contrario que muchos de sus compañeros, abatidos a tiros o detenidos cuando el Ejército sofocó dichas protestas por la fuerza, están libres y vivos para contarlo. Para ello, han tenido que escapar a la vecina Tailandia, donde ayer explicaron a ABC su odisea y la violencia con que los soldados aplastaron las masivas marchas ciudadanas, las más graves de los últimos veinte años.
«Jamás pensamos que el Ejército iba a disparar sobre nosotros porque nos estábamos manifestando pacíficamente», aseguró U Pyin Nyiar, quien indicó que «el objetivo no era derribar al Gobierno, sino hacer oír la voz de la gente que sufre penurias económicas».
Sin embargo, las multitudinarias procesiones de los monjes, que congregaron a miles de bonzos entonando el tradicional cántico espiritual «Amor y amabilidad», arrastraron a la sociedad birmana, que perdió el miedo y se echó a la calle contra un autoritario régimen militar que lleva en el poder 45 años.
Bajo las balas
Semejante movilización no habría sido posible sin los monjes, a los que en un principio se les permitió desfilar para protestar contra la espectacular subida de los precios de la gasolina y el butano y para pedir la liberación de los 1.100 presos políticos encarcelados, así como para demandar la reconciliación nacional y el diálogo con la oposición.
Estas fueron las consignas que el abad del monasterio de Maharwisatta, en Rangún, ordenó a U Pyin Nyar, U Kaw Tha La y a sus 28 compañeros, quienes se unieron a las manifestaciones a mediados de la semana pasada. «El jueves participamos en una marcha con 200.000 personas junto a la pagoda de Sule», manifestó U Kaw Tha La, quien recordó que «los soldados lanzaron gases lacrimógenos y dispararon sobre la multitud, que se dispersó y buscó refugio en los callejones».
Bajo esta lluvia de balas y en medio de carreras desesperadas, los dos monjes huyeron mientras otras personas a su alrededor caían fulminadas al suelo para no volver a levantarse nunca más. «Como nos habían advertido de que el Ejército iba a registrar los monasterios, nos ocultamos la primera noche en la casa de mi hermana», señaló U Pyin Nyar.
Allí pudieron quedarse durante el toque de queda, pero se marcharon a la mañana siguiente porque, según indicó, «el bloque estaba lleno de otros monjes que también se habían escondido allí».
Con el temor a ser detenidos por la Policía, que había tomado la ciudad, los dos bonzos se arriesgaron a pernoctar la segunda noche en otro monasterio donde, milagrosamente, los militares no hicieron ninguna redada. Pero el peligro era tan grande y los monjes detenidos eran ya tantos que, finalmente, decidieron salir de la ciudad.
Controles fronterizos
«Había muchos controles, pero los soldados nos dejaban pasar porque no querían que los monjes nos quedáramos en Rangún y preferían que nos dispersáramos por todo el país», terció U Kaw Tha La. De hecho, coincidieron con otros trescientos atemorizados bonzos en una de las estaciones de autobuses de la capital, donde tomaron un autocar hasta Myawaddy con el dinero que una mujer les había dado.
Los religiosos salieron de Rangún el pasado viernes y, tras hacer escala dos noches a mitad de camino, llegaron a la frontera el lunes. «No queríamos pasar por la aduana pero, como había muchos soldados vigilando, nos arriesgamos a conseguir un permiso de un día para cruzar a Tailandia», señaló U Pyin Nyiar. Buda volvió a acudir en su ayuda y un nuevo milagro plantó a los heroicos monjes en Mae Sot, la primera ciudad al otro lado de la frontera y el lugar donde han encontrado refugio en la ONG Asociación de Asistencia a los Prisioneros Políticos de Birmania.
«Los monjes y el pueblo estamos más unidos que los soldados y lucharemos hasta la muerte para derribar a la Junta militar, por lo que volveremos a manifestarnos», prometió U Kaw Tha La, para quien la «Revolución Azafrán» todavía no ha acabado.
«Jamás pensamos que el Ejército iba a disparar sobre nosotros porque nos estábamos manifestando pacíficamente», aseguró U Pyin Nyiar, quien indicó que «el objetivo no era derribar al Gobierno, sino hacer oír la voz de la gente que sufre penurias económicas».
Sin embargo, las multitudinarias procesiones de los monjes, que congregaron a miles de bonzos entonando el tradicional cántico espiritual «Amor y amabilidad», arrastraron a la sociedad birmana, que perdió el miedo y se echó a la calle contra un autoritario régimen militar que lleva en el poder 45 años.
Bajo las balas
Semejante movilización no habría sido posible sin los monjes, a los que en un principio se les permitió desfilar para protestar contra la espectacular subida de los precios de la gasolina y el butano y para pedir la liberación de los 1.100 presos políticos encarcelados, así como para demandar la reconciliación nacional y el diálogo con la oposición.
Estas fueron las consignas que el abad del monasterio de Maharwisatta, en Rangún, ordenó a U Pyin Nyar, U Kaw Tha La y a sus 28 compañeros, quienes se unieron a las manifestaciones a mediados de la semana pasada. «El jueves participamos en una marcha con 200.000 personas junto a la pagoda de Sule», manifestó U Kaw Tha La, quien recordó que «los soldados lanzaron gases lacrimógenos y dispararon sobre la multitud, que se dispersó y buscó refugio en los callejones».
Bajo esta lluvia de balas y en medio de carreras desesperadas, los dos monjes huyeron mientras otras personas a su alrededor caían fulminadas al suelo para no volver a levantarse nunca más. «Como nos habían advertido de que el Ejército iba a registrar los monasterios, nos ocultamos la primera noche en la casa de mi hermana», señaló U Pyin Nyar.
Allí pudieron quedarse durante el toque de queda, pero se marcharon a la mañana siguiente porque, según indicó, «el bloque estaba lleno de otros monjes que también se habían escondido allí».
Con el temor a ser detenidos por la Policía, que había tomado la ciudad, los dos bonzos se arriesgaron a pernoctar la segunda noche en otro monasterio donde, milagrosamente, los militares no hicieron ninguna redada. Pero el peligro era tan grande y los monjes detenidos eran ya tantos que, finalmente, decidieron salir de la ciudad.
Controles fronterizos
«Había muchos controles, pero los soldados nos dejaban pasar porque no querían que los monjes nos quedáramos en Rangún y preferían que nos dispersáramos por todo el país», terció U Kaw Tha La. De hecho, coincidieron con otros trescientos atemorizados bonzos en una de las estaciones de autobuses de la capital, donde tomaron un autocar hasta Myawaddy con el dinero que una mujer les había dado.
Los religiosos salieron de Rangún el pasado viernes y, tras hacer escala dos noches a mitad de camino, llegaron a la frontera el lunes. «No queríamos pasar por la aduana pero, como había muchos soldados vigilando, nos arriesgamos a conseguir un permiso de un día para cruzar a Tailandia», señaló U Pyin Nyiar. Buda volvió a acudir en su ayuda y un nuevo milagro plantó a los heroicos monjes en Mae Sot, la primera ciudad al otro lado de la frontera y el lugar donde han encontrado refugio en la ONG Asociación de Asistencia a los Prisioneros Políticos de Birmania.
«Los monjes y el pueblo estamos más unidos que los soldados y lucharemos hasta la muerte para derribar a la Junta militar, por lo que volveremos a manifestarnos», prometió U Kaw Tha La, para quien la «Revolución Azafrán» todavía no ha acabado.